martes, 3 de octubre de 2006

La preciosa isla de Tenerife nos espera. Ha pasado un verano lleno de ferias taurinas, de entrevistas, crónicas y reportajes, de errores a buen seguro deslizados siempre sin malas intenciones. Amo la fiesta de los toros, al toro bravo, a los aficionados buenos. Y como voy a estar una semana en aquella preciosa isla y sin asomarme ni por asomo a internet, os dejo con una pequeña obra maestra que un día escribió el añorado por todos maestro Joaquín Vidal:

El aficionado puro, ése camina quedo, para, mira, calla. El aficionado puro parece que mira, pero en realidad no ve. La ilusión de la corrida ocupa su pensamiento y sueña toros bravos, lidiadores expertos, artistas de la tauromaquia. Al aficionado puro, lo primero que le interesa del cartel es la ganadería y la hora de comienzo de la corrida. Los espadas, con ser muy importantes, constituyen un factor secundario en sus motivaciones, pues, toree quien toree, acudirá al festejo en cualquier caso. No suele alentar partidismos y lo mismo elogia hasta la excelsitud la actuación de un torero una tarde, que destruye analíticamente la siguiente. Algunos aficionados, cuando se les pregunta cuál es su torero favorito, se sienten ofendidos por la duda y responden severamente: – Yo no soy de nadie; sólo del que lo hace. Su exigencia es que salga el toro íntegro: que la lidia se ajuste a las reglas; que la presidencia cumpla y haga cumplir el reglamento. Si además hay toreo bueno, ésa ya será la felicidad. El aficionado puro vive la corrida desde sus prolegómenos, se fija en todo cuanto sucede en el ruedo y en el callejón; observa, estudia, analiza, correlaciona; posee un sentido de la justicia estricto y su primer objetivo es la defensa de la fiesta misma. El aficionado puro es beligerante con todo cuanto atente contra la autenticidad del espectáculo, con aquello que lo desnaturalice. Pero no es intransigente a ultranza, pues en sentido contrario, cuando hay toro íntegro, lidia verdadera, mérito del lidiador, se hace de miel. El aficionado puro, en realidad, es un bendito de Dios. El aficionado puro, entre corridas, se documenta, lee tratados de tauromaquia, y es normal que posea sus propios cuadernos de notas donde recoge minuciosos datos de toros y toreros, el apunte crítico de cada corrida presenciada. El invierno, que ya no es temporada, se le hace larguísimo, aunque lo aprovecha para estudiar nuevos tratados, ensayos y biografías, y sigue atentamente el desarrollo de la temporada americana, que durante la invernada española está en todo su esplendor.

Extractos del libro «El toreo es grandeza», de Joaquín Vidal, publicado por Ediciones Turner. Madrid, 1987

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