viernes, 22 de septiembre de 2006

Talavante o la teoría de los zapatos

Lo de Alejandro Talavante parece una ensoñación. Un día de San Isidro le cambió la vida. Nadie lo conocía por la mañana y por la tarde se había convertido en el mismísimo sucesor de José Tomás. Es más, los talavantólogos más convencidos les decían a los escépticos de la nueva religión que al Tomás que se parecía el nuevo mesías del toreo era al de los tres últimos años, el de la época de Martín Arranz. Periodistas y publicistas empezaron a bucear en el nuevo mito. Y zas. La carambola más extraordinaria estaba a punto de descubrirse: su apoderado era Corbacho, don Antonio, el hombre de confianza de José Tomás. El lío se había formado. Antoñete y Molés hablaban en la tele de la caída de hombros del torero, incluso de su culo: «El culo de Talavante es muy parecido al de José Tomás», aseguraban al alimón mientras el chico escuchaba dos avisos en Madrid. Pero le había cambiado la vida. No era José Tomás pero se parecía mucho. Rocambolesco, absurdo, real acaso. Cuenta la leyenda que un día Corbacho y Talavante fueron a comprar unos zapatos. El maestro no se decidía entre los siete u ocho pares que más le gustaban (los especialistas todavía no se han puesto de acuerdo en el numero de mocasines que había en liza). Y Corbacho le dijo al matador: «Una figura del toreo no puede dudar ni en una zapatería». Y se compró todos. Los tomasistas dudaban; los publicistas se frotaban las manos y los empresarios también. ¿Será verdad que es el elegido para el trono de José Tomás? ¿Será un suspiro? ¿Podrá algún día gastar tantos zapatos? Le pasará lo mismo, por ejemplo, cuando entre en una librería. ¿Y en una relojería? El caso es que Talavante se compró todos los zapatos y los empresarios empezaron a marcar el número de Corbacho. Se rumoreaba, incluso, que le habían buscado a la misma jefa de prensa que tuvo José Tomás, porque si el mito no piaba el sucesor tampoco. Hizo el paseíllo con parsimonia, con una lentitud tal que parecía no querer llegar a la barrera nunca. Y luego salió el toro. Bueno, el no-toro para ser más exactos. Y Talavante, en dos faenas de similar planteamiento, buscó el mismo objetivo: ligar muletazos sin ton ni son y después, entrometerse en los pitones como si la tauromaquia consintiera en embestir al toro con los muslos. ¿Se lo habrán explicado en una zapatería?


Toros de El Ventorrillo, sospechosos de afeitado, muy flojos y deslucidos. El segundo, bravucón, César Jiménez: oreja y palmas; Manzanares: oreja y silencio y Alejandro Talavante: silencio y silencio tras aviso. Plaza de La Ribera de Logroño. 5º de feria. Más de tres cuartos de entrada.

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