jueves, 17 de agosto de 2006

¡Cayetano, qué guapo eres!, oído ayer en Alfaro por este periodista tras fracasar con dos novillos de Montalvo que acudieron a la plaza sin cuernos

Lo reconozco: la paciencia no es una virtud que me adorne, pero lo de ayer en Alfaro fue demasiado. Empezaré por Cayetano: dos utreretes regordíos de Montalvo sin pitones a los que les dio por embestir, repetir, humillar y como dicen los neoperiodistas del novísimo taurinismo: desplazarse. Pues bien, Cayetano, al que algunos esperaban como el Mesias, salió y no fue capaz de ligar ni un muletazo, ni uno; no fue capaz de colocarse ni una sola vez –ni una– y ni mucho menos mandar en una sola embestida. Eso sí, abusó de la perfilería, de colocarse despegado y de torear con tanta superficialidad como inusitada velocidad. Tiene prosopoyea tomando los engaños, se atusa la melena, conversa casi en silencio con Curro Vázquez, que con el pelo más largo y más rubio que nunca, parece un licenciado con sus gafitas posmodernas asomado a las barreras de esas plazas de dios. Qué pena de torero, qué desilusión, (mascullaba para sí un aficionado). ¡Guapo!, le aclamaban enfervorizadas señoras y señoritas alfareñas mientras la cuadrilla le protegia de aquella turmabulta femenina enamorada de los verdes ojos del novillero que no parece tal cosa pero que cobra como un figurón.

Los sobresalientes y el nulo compañerismo
Ah, Castella, también anduvo por allí, con dos animalitos masacrados en el mueco con los que aburrió tanto como Vega, impotente, sin recursos pero amanerado, pero estas cosas ya las hemos visto tantas veces que ni merecen comentario. Además, entre el oro límpido y refulgente de las figuras de ayer –ese oro mimbreño de hoteles caros, de corridas de lujo y oropel y en el que se reflejan los titulares de periódico con un especial bisbiseo– apareció por el atestado callelón alfareño el oro consumido que no es oro de los sobresalientes: dos nada menos; uno para los matadores y otro para Cayetano. Su torería nadie la puso en entredicho porque casi nadie reparó en su presencia y mucho menos en sus nombres: Alejandro Campos y Carlos Huetos, este último natural de Vitigudino, un pueblo universal gracias a Santiago Martín, aquel que se anunciaba como ‘El Viti’... En el prólogo salió un rejoneador y le echaron un cinqueño gigantesco con el que pasó las de Caín. Lo peor lo llevaron sus dos banderilleros, sin recursos ni valor para colocarse delante. Uno fue feamente volteado y sólo un torero –Vega– se movió desde el callejón, el resto de toreros y cuadrillas ni se inmutaron. Eso se llama compañerismo.

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