miércoles, 21 de septiembre de 2005

SEGUNDA DE FERIA DE LOGROÑO

Un toro con alma

FERIA DE SAN MATEO DE 2005
Artículo publicado en El País


Toros de Baltasar Ibán, muy bien presentados, bravos y nobles. Para rejones se lidió en 4º lugar uno despuntado de Los Bayones, manso integral.
Antonio Ferrera: silencio y oreja
Antonio Barrera: silencio en ambos
Serafín Marín: silencio y saludos
Sergio Domínguez: saludos
Plaza de toros de La Ribera. 21 de septiembre. Segunda corrida de feria. Tres cuartos de entrada.


Antonio Ferrera se citó en Logroño con un toro de inacabable arboladura y algo engatillado de cuerna que impresionó a la plaza cuando abandonó los chiqueros en busca de los capotes. La impresión siguió en su brava pelea con el picador, que le recetó una vara larguísima en la que el astado recargó y empujó con una fijeza excepcional: abajo los riñones, los músculos del cuello tensos como la cuerda de un violín y toda su alma empecinada en el peto, porque este toro –si los toros tienen alma– la entregó toda por entero. Acudió pronto al segundo puyazo, empeñó otra vez todo su ser en el caballo y el tipo del castoreño levantó el palo.
El toro de Ibán se recuperó pronto del castigo y fue un obús en los cuatro pares de banderillas que le colocó Ferrera y tras los que se vio obligado a dar una vuelta al ruedo aclamadísima. El torero extremeño abusó de los recortes y de los saltos, de contorsiones circenses de rodillas previas a los cites y de la suerte del saltimbanqui. Pero cuando colocó los pares se la jugó, y como no suele ser costumbre en su estilo, clavó al final de cada numerito en la misma cara del toro, a milímetros de unos pitones que pasaban a la velocidad de la luz por su barbilla. Y claro, aquello no podía dejar a nadie indiferente y la plaza, ya impresionada por la brava catadura del toro, se identificó con un Antonio Ferrera que se la había jugado de verdad, con demasiados aspavientos, pero sin tapujos.
Con la muleta la cosa fue ya otro cantar porque las encastadas acometidas encontraron un engaño rápido que se movía al dictado de un corazón entregado pero desbordado, firme pero sin recursos para someter aquel manantial bravío, aquel discurrir de embestidas incansables, aquel ciclón acaramelado de cuerna. Se tiró a morir y tras un pinchazo, cobró una estocada casi entera en los rubios que derrumbó al toro sin puntilla tras una sobrecogedora agonía.
Serafín Marín también se encontró con otro buen toro, el séptimo de la tarde, que se desplazó por el pitón izquierdo con calidad y ritmo. El torero catalán, que había pasado como desvaído en su primero, despertó tarde y le costó mucho acoplarse con tal embestida. Lo logró al final, pero la cosa no pasó a mayores.
Antonio Barrera dio una pobre sensación en Logroño. No terminó de acoplarse en ninguno de sus toros: en el primero de ellos, de brava acometida, pasó por momentos de gran apuro; y con el que se despidió tampoco logró acompasar el ritmo de su muleta con el viaje del animal.
El rejoneador Sergio Domínguez, que actuó en cuarto lugar, se encontró con un manso integral que desde el principio buscó el abrigo de las tablas. Intentó encelar al toro una y otra vez y casi pudo correrle a dos pistas. Pero fue un espejismo y aunque logró clavar arriba, el toro impidió mayor lucimiento.

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